Escrito por Julián Fernández de Quero |
Pienso que todos estaremos de acuerdo en considerar la violencia de género como la manifestación más detestable de la CULTURA DE LOS GÉNEROS: Las muertes, malostratos y abusos sexuales son sucesos rechazables por la inmensa mayoría de la población. Por lo tanto, bienvenidos sean todos los programas de protección de las víctimas, de atención a sus necesidades inmediatas, de penalización de los agresores y de rehabilitación de los mismos. Pero, no olvidemos que todos estos programas van dirigidos a los síntomas y no a las causas de la violencia de género. Para ir a la raíz de dicha violencia de género, tenemos que ir a los orígenes, desarrollos, valores y conductas generados por la Cultura de los Géneros y propiciar alternativas para abolir dicha cultura. La Cultura de los Géneros surge con la propiedad privada y la transmisión hereditaria detentada por los varones padres. Ellos crean el modo de producción patriarcal que divide a la población de dos sectores: Los hombres, poseedores del poder de la fuerza, con derecho a la conquista, la riqueza, la política, la jurisprudencia y con derecho sobre las mujeres, consideradas como una parte de su propiedad privada. Las mujeres, destinadas a servir a los hombres como esclavas sexuales, como trabajadoras domésticas y como esposas reproductoras y sin derechos de posesión ni de ningún tipo de poder. Esta discriminatoria división de la sociedad en dos sectores con funciones diferentes, necesitaba una legislación, una moral y una escala de valores que permitiera educar y socializar a hombres y mujeres de manera diferente en función de sus atribuciones y así se construye la Cultura de los Géneros. El ideal del hombre patriarcal es el héroe: Valiente hasta la temeridad, duro ante las adversidades, agresivo para la conquista y la aventura, narcisista para ambicionar el poder, generoso con los compañeros y protector de los débiles. En relación a los demás hombres, su virilidad se expresa en la competitividad: D.D.Gilmore establece el perfil del varón en relación a sus amistades masculinas: Bravucón, pendenciero, bebedor, En relación a las mujeres su virilidad se expresa en la dominación: Las mujeres son parte de su propiedad. El ideal de mujer patriarcal es la Diosa del Hogar: Sumisa hasta la abnegación, débil y cobarde por culpa de su sentimentalismo, pura y casta hasta el matrimonio, asexuada obediente con su marido, cuidadora de la prole, servidora de los demás a costa de sí misma. Con el devenir histórico, el perfil de género masculino ha variado poco. De los héroes aqueos que pelearon en Troya, pasando por los guerreros romanos, los señores de la guerra feudales, los conquistadores españoles y británicos, los esforzados franceses de Napoleón, los temidos alemanes de Hitler, hasta los burkas ingleses y los marines norteamericanos de Irak y Afganistán, la verdad es que no parece que podamos resaltar grandes cambios. Quizás podamos apreciar un cambio relativo de contexto. Los héroes actuales no sólo se glorifican en el campo de batalla, sino que, en la medida que la fuerza bruta va siendo sustituída por el poder del dinero y la política, sus hazañas se realizan en el parquet de las Bolsas, en los Consejos de Administración de las Empresas, en las conquistas de mercado y de riquezas, en los poderes que otorga la alta política. Ha cambiado el campo de batalla, pero sus actitudes siguen siendo las necesarias para la guerra: Agresividad, dureza sentimental, camaradería entre los pares, ambición de poder y valentía hasta la temeridad. Sus relaciones con las mujeres siguen siendo de dominación depredadora. En cambio, el perfil del género femenino si ha sufrido importantes cambios, aunque todavía se refiera a una minoría de la población mundial, ya que se concentra sobre todo en los países desarrollados del Primer Mundo y en las clases medias y altas. Desde las primeras sufragistas que lucharon por el derecho a votar, el movimiento feminista en su devenir histórico y en su pluralidad, ha contribuido a remover los cimientos de la cultura de género hasta la situación actual que permite visualizar la perspectiva de género en todos los ámbitos de la economía, la política, la cultura, etc. con mayor o menor incidencia. Alguien ha etiquetado estos cambios como la “revolución silenciosa” de las mujeres. Gracias a esta revolución silenciosa, el avance en términos de igualdad se va concretando en leyes y normas que favorecen la paridad, la igualdad de oportunidades, el fomento de compartir las tareas domésticas, la estigmatización de la violencia de género y la abolición de la prostitución. Sin embargo, en estudios de las Naciones Unidas, todavía no existe un solo país en el mundo en el que se haya logrado la igualdad plena entre hombres y mujeres. Queda mucho por hacer y no nos podemos dormir en los laureles. Pero, si en el ámbito de los derechos sociales se han conseguido grandes avances, no ocurre lo mismo en el ámbito de la socialización y los valores. Las familias y las escuelas siguen fomentando la permanencia de la cultura de género. Hay una inercia de la tradición, muy difícil de frenar, que lleva a tratar de manera diferente a las crías según sean machos o hembras. Las asignaciones de género en función del sexo biológico siguen estando a la orden del día: Vestimentas, juguetes, entonación verbal, ritos de paso, educación de las actitudes y de los gustos, todo contribuye a que la cultura de género no sólo permanezca, sino que siga consolidándose a través de los tiempos. Pero, además de la tradición cultural de género, ésta se ve reforzada por un nuevo elemento traído por la modernidad y el sistema capitalista: Las leyes del mercado y el consumo. El mercado es el nuevo becerro de oro al que adorar, todo se compra y se vende, cualquier cosa es susceptible de convertirse en un negocio y la publicidad es la llave que abre el apetito de comprar de todos los ciudadanos. Los publicistas observan y estudian a los seres humanos como los entomólogos a los insectos. Conocen sus deseos y sus insatisfacciones, manipulan sus ansiedades y encauzan sus apetitos en la dirección correcta del consumo, permitiendo que el mercado no decaiga, sino que siga engordando las cuentas bancarias y haciendo circular al dinero. Los roles de género son una excelente materia prima para incitar al consumo: Los ideales femeninos se convierten en top-model de pasarela y la belleza se convierte en el pretexto perfecto para desarrollar una industria mundial de modas, cosméticos, dietas adelgazantes, cirugía estética, fiestas sociales, ocio programado, que mueve millones de dólares. Para socializar a las niñas e integrar en ellas estos ideales, hay una abundante producción televisiva, cinematográfica, de prensa rosa y juguetería que tiene su inicio en la Barbie y sus clónicos y termina en los juegos perversos de programas como “Gran Hermano” y en los concursos de mises o de “Operación Triunfo”. Con matices específicos según el colectivo femenino hacia el que se dirige el producto, toda la imaginería publicitaria, televisiva, cinematográfica y artística, se esfuerza en presentar a las mujeres con perfiles en los que sobresale la cualidad de la belleza física por encima de ninguna otra. Los cuidados corporales, estéticos y de adaptación a un modelo creado por la industria, consumen más del cincuenta por ciento de la energía que gastan las mujeres. Todo eso refuerza la tendencia por parte de los hombres a percibirlas como objetos sexuales antes que como sujetos inteligentes, afectivos, libres, iguales y solidarios. En cuanto a los hombres, el mercado les sigue manipulando como sujetos de poder y también como objetos para el consumo. En ambos casos, y con los matices que requieren los colectivos específicos de varones a los que se dirigen los productos, los perfiles masculinos siguen resaltando la cualidad de la fuerza por encima de cualquier otra cualidad. Fuerza física, mostrada en los deportes de alta competición, en las proezas bélicas, en el culturismo de gimnasio, y fuerza transmutada simbólicamente en poder político, empresarial, tecnológico. Incluso el poder se puede transmitir como seducción, según vemos en el modelo del “metrosexual”, que es el intento por parte de la industria cosmética y de la moda de conquistar esa parte del mercado que se resistía al consumo. En cualquier caso, todos los últimos estudios y todos los informes emitidos por los Observatorios de la Violencia de Género, siguen ofreciéndonos los datos apabullantes de los hombres violentos, maltratadores y abusadores, frente a las mujeres asesinadas, maltratadas y abusadas. Como decía nuestro amigo José Angel Lozoya, la prueba del nueve de la persistencia de la cultura de género reside en el hecho elemental de que ningún hombre camina por la ciudad con el temor en el cuerpo de que una mujer le pueda violentar y, en cambio, casi todas las mujeres caminan con la sensación temerosa de ser violentada, aunque sólo sea con la mirada. Cuando estas actitudes desaparezcan, podremos decir que la cultura de género ha sido abolida por una cultura de personas iguales en la percepción mutua como sujetos, iguales en el respeto mutuo, libres de temores y desconfianzas, fraternos en el afecto y en la solidaridad. Pero, para que esta utopía de una sociedad de personas se convierta algún día en realidad, debemos insistir en la importancia de la educación y socialización de los individuos. No basta con curar, penalizar y prevenir la violencia de género. Es muy importante que tomemos conciencia de las mil caras con las que la cultura de género se expresa y sirve de modelo, ideal y referencia para las personas desde su más tierna infancia y a lo largo del ciclo vital: 1. Cuando un varón maltrata, abusa o asesina a una mujer, el origen de su comportamiento lo encontramos en una infancia educada en masculino o en femenino, mediante estereotipos, prejuicios y recursos como los siguientes: - La simbolización genérica de los colores: Azul para niños y rosa para niñas. 2. Cuando un varón maltrata, abusa o asesina a una mujer, las raíces de su comportamiento hay que buscarlas en una juventud y adultez socializadas por carencias o influencias de elementos sociales y culturales como los siguientes: - La ausencia de una educación sexual laica, científica e igualitaria para todas las personas. Las alternativas para abolir la cultura de género y el patriarcado surgen fácilmente poniendo todos los elementos señalados anteriormente como negativos en positivos. Básicamente, si somos capaces los adultos de presentar a la infancia y la juventud modelos de socialización igualitaria y democrática, si la enseñanza se esfuerza por implantar la coeducación verdadera, si las instituciones se empeñan en desarrollar políticas culturales que fomenten los valores democráticos y laicos, si los gobiernos fomentan la regulación del mercado para que la producción esté al servicio de los consumidores y no al revés como ocurre ahora, si la sanidad se ocupa de la salud de las personas y no de los beneficios de los laboratorios y demás empresas carroñeras, si todo esto se pone en marcha, es posible que la violencia de género pueda ser erradicada algún día. Mientras tanto, tendremos que enfrentar sus terribles consecuencias como mejor podamos. Fuente: Hombres Igualitarios. La revista digital de AHIGE |
miércoles, 8 de julio de 2009
Las Raíces de la Violencia de Género
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Hello, i think that this post is very good, i would like to read more about it
Publicar un comentario