La artista, de 98 años, se caracterizó por su obra intensa, incómoda y provocadora
IDOYA NOAIN / Nueva Yok
Estados Unidos celebraba ayer Memorial Day, la jornada señalada en cada calendario para recordar y homenajear a los muertos en sus guerras. En un día tan señalado, a primeras horas de la tarde, empezó a propagarse la noticia de la muerte de una mujer que convirtió en arte sus propias batallas con la memoria; una artista que bombardeó tabús, desafió convenciones y conquistó terrenos muchas veces vetados para las mujeres; una prolífica creadora que tejió una telaraña invisible capaz de capturar al observador y sumergirlo en una profunda red de reflexiones sobre la sexualidad, la rabia, la venganza, los celos... En un hospital neoyorquino, dos días después de sufrir un ataque cardíaco, fallecía Louise Bourgeois. Tenía 98 años.
Como todos los obituarios, el suyo debe incluir el obligado repaso a los primeros datos de su biografía. Pero, su caso, esa memoria no se reduce a que nació en París el 25 de diciembre de 1911 o que lo hizo en el seno de una familia que restauraba tapices. Para ella, la vida artística fue un retorno constante a la infancia, una exploración a través de pinturas, instalaciones y, sobre todo, esculturas; de la huella y los traumas que dejaron un padre adúltero, una amante que le llevó a explorar sus sentimientos hacia el asesinato y una madre demasiado connivente. «Mi infancia –dijo en una ocasión– nunca ha perdido su magia, nunca ha perdido su misterio y nunca ha perdido su drama».
La vuelta constante a esa infancia, la indagación arriesgada y lejos de convenciones de aspectos a menudo olvidados por muchos de sus contemporáneos, hicieron una artista única de Bourgeois, que había emigrado a EEUU en 1938 tras casarse con el crítico de arte americano Robert Goldwater, con el que tuvo tres hijos.
RECONOCIMIENTO TARDÍO / Si bien ya destacó en esos inicios, Bourgeois fue ignorada durante décadas y tuvo que esperar a tener 70 años para que el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) le dedicara en 1982 una retrospectiva que cambió todo. Bourgeois fue desde entonces respetada y reverenciada como una de las grandes damas del arte, una de las que más ha influido a siguientes generaciones. Fue, según el crítico de arte de Time Robert Hughes, «la madre del arte de identidad feminista americano».
Bourgeois estuvo trabajando hasta el final de sus días y su último trabajo lo acabó la semana pasada. Se sumará a la magna obra que deja tras de si, un conjunto donde utilizó los más variados métodos, expresiones y materiales, un legado en el que destacan sus esculturas antropomórficas, su serie de arañas o trabajos de fuertes componentes de género y sexo como Filette o Nature Study.
Era, y le gustaba serlo, una provocadora y en una entrevista en 1984 lo confesaba: «Realmente quiero preocupar a la gente, molestarle». Lo consiguió, e hizo de esa incomodidad provocada arte.
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