El 18 de julio pasado se conmemoró el 70 aniversario del levantamiento de Franco que dio inicio al desarrollo de la Guerra Civil Española. Por este motivo, Foeminas desea recordar y recuperar, no una, sino varias de esas historias individuales de mujeres que hicieron posible la historia de una mujer simbólica representada por la Segunda República Española.
De esta manera, Foeminas desea rescatar del olvido, la censura o la ignorancia esas valiosas vidas de mujeres que dieron forma y sustancia a la gran historia.
Una mujer, un voto
El nacimiento de la Segunda República en 1931 sirvió para reunir y materializar todas las demandas y el reconocimiento político del cual las mujeres carecían hasta ese entonces. Puede afirmarse, entonces, que a lo largo de la Segunda República la mujer alcanzó una presencia en la vida social y política desconocidas hasta el momento.
Por ese motivo, esta experiencia democrática y plural, luego cercenada y destrozada por el franquismo, operó en dos sentidos como causa y consecuencia de las propias transformaciones culturales e históricas.
Desde este punto de vista, fueron innumerables los logros que las mujeres supieron instaurar en aquel gobierno, aunque en determinados casos las conquistas fueron producto de enormes batallas al interior de la propia democracia. Entre las más importantes, cabe destacar, el reconocimiento de los derechos de la mujer en cuanto al voto y a ser elegidas para cualquier cargo público, obtenido a partir de la Constitución de 1931.
Indudablemente, a Clara Campoamor debe ser otorgado todo el mérito en cuanto a la implementación del voto femenino. Ella demostró que el voto era un derecho que todas las mujeres tenían y enfrentó intensos debates en los que, por motivos varios, resultó maltratada, incluso hasta por sus propios pares en el parlamento. Extrañamente, Clara Campoamor encontró gran oposición a su postura a favor del sufragio de la mujer principalmente en figuras femeninas como: Victoria Kent y Margarita Nelken. Ambas parecían más atentas a responder a la política aplicada por su partido que a reconocer una ley en favor de las mujeres. Victoria Kent y Margarita Nelken argumentaban que dada la vinculación y, fundamentalmente, el sometimiento que experimentaban las mujeres hacia sus maridos y hacia la institución eclesiástica, éstas beneficiarían, inexorablemente, a la derecha.
"Como Margarita Nelken observó en los años veinte: 'es indudable que, de intervenir nuestras mujeres en nuestra vida política, ésta se inclinaría enseguida hacia el espíritu reaccionario, ya que aquí la mujer, en su inmensa mayoría, es, antes que cristiana, y hasta antes que religiosa, discípula sumisa de su confesor, que es no lo olvidemos, su director'" .
Sin lugar a dudas, estos argumentos eran una cruda realidad que para Clara Campoamor representaban un desafío a superar y no una limitación para otorgar un derecho. Por ello, Clara lejos de aceptar pasivamente este evidente sometimiento con los desequilibrios que conlleva, defenderá con uñas y dientes su posición que contribuirá, indudablemente, en un futuro a legitimar la autodeterminación y el derecho a la libre elección de las mujeres.
"El pecado mortal" de Clara Campoamor fue apostar a la defensa del ejercicio soberano de las mujeres materializado, en este caso, en el sufragio femenino.
Paradójicamente, el sacrificio y la resignación de Clara Campoamor tuvieron mayores y mejores recompensas en el largo plazo que el de sus pares Victoria Kent y Margarita Nelken. Ambas diputadas a pesar de anteponer la continuidad de la República por encima de los derechos de las mujeres fueron también discriminadas por su condición femenina. Por el contrario, Clara Campoamor pasó a la historia como aquella mujer, que si bien fue maltratada y humillada, luchó y logró el beneficio tan deseado para todas.
La República Libertaria
La industrialización incipiente articuló nuevas formas de trabajo femenino, pero ahora fuera del hogar. Esto contribuyó a que muchas mujeres se sumaran a organizaciones sindicales y obreras. De esta manera, la doble explotación hacia las mujeres se haría evidente y pronto surgirían las reivindicaciones de todo tipo.
De esta manera, en 1932 se aprueban la Ley de Matrimonio Civil y la Ley del Divorcio, con una marcada oposición de la iglesia. Cabe mencionar, que ambas leyes fueron las más progresistas de Europa de la época, ya que reconocía el divorcio por mútuo acuerdo y el derecho de la mujer a tener la patria potestad de sus hijos e hijas.
Clara Campoamor fue un gran valuarte en esta lucha, ya que se comprometió con la Ley del Divorcio tomando una presencia activa tanto en los debates parlamentarios como en la práctica jurídica. De esta manera, como mujer de leyes que fue, se hizo cargo de dos resonados casos: el divorcio de la escritora Concha Espina de su marido el renombrado Ramón Gómez de la Serna y el de Josefina Blanco, esposa del gran escritor Ramón María del Valle-Inclán.
En el año 1936 el Gobierno de la Generalitat de Catalunya despenalizó y legalizó el aborto. Una conquista que pudo darse en una de las zonas más industrialmente avanzadas y donde las mujeres ya estaban formando parte de la toma de decisiones.
Un año atrás, en el año 1935 se había decretado la abolición de la prostitución reglamentada, ya que hasta ese momento el cuerpo de la mujer era considerado legalmente como una mercancía.
Precisamente una de las precursoras de estas acciones en favor de la mujer fue Federica Montseny, quien entre los meses de noviembre de 1936 y mayo de 1937, se hizo cargo del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social durante el gobierno del socialista Francisco Largo Caballero. Una de los máximos aportes que Federica Montseny ha realizado al gobierno de la Segunda República y a las luchas reivindicativas feministas fue haber promulgado desde su Ministerio la ley del aborto y la creación de unos centros más importantes de atención a las mujeres prostituidas, donde se las insertaba socialmente a partir de una vivienda y la enseñanza de un oficio.
Federica Montseny fue una gran ideóloga y activista de las reivindicaciones feministas, aunque ella siempre renegó del feminismo. Esta posición, que parece al menos contradictoria, responde a sus ideales de universalidad libertaria que le impedían reconocer diferencias entre hombres y mujeres. Sin bien, Federica Montseny era consciente y al mismo tiempo hacía explícita su disconformidad por el lugar negado a la mujer en la política y en la historia.
Por otra parte, y a raíz de la incorporación sindical y política de muchas mujeres en los años previos a la república, surgieron diversos grupos integrados por mujeres. Uno de los grupos más activos fue el de Mujeres Libres creado en abril de 1936 y vinculado al Movimiento Libertario. Este grupo y la revista que llevaba el mismo nombre había sido creado por Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch Gascón. Mujeres Libres tenía entre sus objetivos fundamentales la liberación de la mujer y su integración plena en todos los campos de la actividad económica, social y política. Se desenvolvía en el seno de la Central Nacional de Trabajadores (CNT), pero a raíz de las divergencias en la propia Central obrera con relación a la situación de la mujer, sus posturas quedaron deslegitimadas y muchas de sus acciones no pudieron llevarse adelante. Sin embargo, fue notable la labor de estas mujeres durante el transcurso de la guerra y muchas de ellas fueron encarceladas o enviadas al exilio.
La vida en rojo
Con las mismas reivindicaciones y con el mismo espíritu de lucha se delineo la figura de Dolores Ibárruri. La Pasionaria, como la habían bautizado a partir de un texto político firmado con ese mismo nombre, había nacido en 1895 en Gallarta, Vizcaya, en el seno de una familia pobre y numerosa. El contexto que rodea sus ideas es la proliferación de las industrias textiles, siderúrgicas y mineras. Especialmente el centro minero de Gallarta, donde van tomando fuerza los movimientos obreros y las luchas sociales.
"Esta hija de mineros carlistas, frustrada maestra de escuela, casi muchacha de servicio, casada con un minero del PSOE que sería uno de los fundadores de base del PCE, representa el prodigio histórico-social de la aparición de los intelectuales orgánicos de la base obrera un siglo después de las primeras escaramuzas de la revolución industrial" .
Isidora Ibárruri Gómez (verdadero nombre de la Pasionaria) fue desde muy temprana edad empleada por sus padres en una casa para hacer tareas domésticas. Es ahí, donde comenzó a comprender las injusticias que padecían los/las trabajadores/as.
Dolores Ibárruri es otro de los casos paradigmáticos de la historia de la República, ya que llegó a ser una mujer de notable "visibilidad" no sólo a nivel estatal, sino internacional, pero jamás se identificó con las posiciones feministas.
Su afiliación al Partido Comunista en 1919 y su posterior nombramiento como secretaria de la sección femenina del partido contribuyeron, como en el caso de Federica Montseny, a anteponer la voluntad o los ideales del partido por encima de cualquier reivindicación de género, al menos en cuanto a lo discursivo.
"Dolores representaba no sólo ese odioso ruido de los proletarios capaces de juzgar la realidad y la historia, sino, además, la no menos odiosa transgresión de la mujer opuesta al prototipo reaccionario femenino y que Franco idealizó en la figura de su propia madre, aquella sufridora doña Pilar, una buena mujer sin duda, que supo asumir con resignación cristiana las veleidades masónicas y faldilleras de su marido" .
Indudablemente, La Pasionaria construye una imagen de mujer fuerte, decidida y con voz propia y esta militancia la conduce a ser encarcelada en varias oportunidades. Poco tiempo después se destaca en las Cortes Constituyentes de la República Española, como diputada del Partido Comunista por Asturias.
Durante la Guerra Civil Española, su actividad fue clave, ya que realizaba continuas declaraciones públicas, redactaba discursos y se desplazaba al frente. Fue aquí en este momento, donde se hizo célebre su frase "Antes morir de pie que vivir de rodillas" o "No pasarán".
Con la derrota de la República Dolores Ibárruri se exilia en la Unión Soviética y contribuye a dar asilo político a muchos republicanos y republicanas.
Dolores Ibárruri compartió algo más que la filiación política con Margarita Nelken: las dos tuvieron que exiliarse tras la derrota republicana; Margarita Nelken en México y Dolores en la URSS, y ambas sufrieron la pérdida de sus hijos muertos en la Segunda Guerra Mundial cuando enfrentaban al fascismo.
"Todos los líderes mundiales que conocieron a Dolores contribuyeron a la construcción del mito y a que la palabra Pasionaria se incorporara al vocabulario universal como sinónimo de mujer que lucha por la emancipación" .
Donde sobra corazón…
El discurso popular e igualitario de la revolución, fundamentalmente en los primeros momentos de la sublevación, contribuyó a que muchas mujeres se alistaran en batallones y cuerpos de milicia.
Sin embargo, dentro de las propias fuerzas revolucionarias y antifascistas existían notables discrepancias al respecto, por ejemplo, el Partido Comunista (PCE) se opuso tajantemente a que la mujer luchase en el frente, argumentando que el papel de la mujer en la guerra estaba limitado a las tareas de la retaguardia, haciendo trabajos de cocina, lavandería, enfermería, confección de indumentaria, etc.
La postura del POUM (Partido obrero de unificación marxista, creado en 1935) era distinta. El Secretariado Femenino del POUM no defendía una organización de mujeres aparte y abogaba por un Frente Revolucionario de Mujeres. Su principal objetivo era atraer a las mujeres al partido y plantear la lucha de las mujeres unida a la de los trabajadores, como la única forma de derrocar al sistema y hacer triunfar la revolución. Por eso reclutaron mujeres no sólo para tareas de enfermería como fue la creación del Socorro Rojo (organización sanitaria ideada por el POUM para brindar asistencia en el frente de batalla) sino como milicianas para lo cual realizaban una enseñanza de entrenamiento militar.
Alrededor de esta constante y ascendente actividad de mujeres en la política y en lo laboral se crearon diversas asociaciones de mujeres. Una de ellas fue la Unión de Muchachas, formada en 1937 por jóvenes de las Juventudes Socialistas Unificadas de Madrid, la de las Mujeres Libres, creada en el mismo año, pero por mujeres de tendencia anarquista y la de las Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA) de gran protagonismo. Las mujeres de la AMA también formaron parte de la Comisión de Auxilio Femenino, que formaba parte del Ministerio de Defensa Nacional y estaba integrada por reconocidas mujeres como Dolores Ibárruri, Victoria Kent y Encarnación Fuyola, etc.
La presencia de las mujeres en la guerra estuvo también marcada por la solidaridad internacional. El primer ejemplo de renombre es el de Simone Weil quien dos semanas después de haber estallado la Guerra Civil Española, y pese a su público y marcado rechazo en cuanto al uso de la violencia, se alistó en Barcelona en un comando de anarquistas extranjeros ligado a las columnas de Buenaventura Durruti.
En otra medida, pero con el mismo compromiso, se hizo notar la presencia discursiva de Virginia Woolf, quien además perdió a su sobrino enrolado en las Brigadas Internaciones. Virginia Woolf en su brillante ensayo Tres Guineas publicado en 1938, expone su dolor e impotencia ante la guerra al mismo tiempo que deja entrever su solidaridad hacia el bando republicano. No obstante, en el mismo ensayo reflexiona acerca de la experiencia de la guerra como una voluntad eminentemente masculina.
En octubre de 1936 un decreto de Largo Caballero, Ministro de Guerra en el gobierno del Frente Popular, apoyado por el PCE, y más tarde por los anarquistas, estableció la prohibición de la presencia de las mujeres en el frente de batalla y estimó que su labor se limitase a realizar las tareas domésticas dentro de los batallones. Esto produjo una profunda decepción entre muchas mujeres, precisamente, en las que iban al frente reivindicando la igualdad, y veían de nuevo que se las relegaba para las tareas domésticas propias de los estereotipos reaccionarios. Sin embargo, muchas mujeres no aceptaron esta retirada o retroceso y continuaron luchando, a pesar de tenerlo prohibido. Entres ellas figuran algunos nombres conocidos como Lina Odena, Aida Lafuente, Juanita Rico, Manolita del Arco o Rosario Sánchez Mora "la dinamitera " y otros que continúan y continuarán en el anonimato a la espera de una, más que merecida, investigación y reconocimiento histórico.
Las trece rosas
Paradójicamente, la restricción hacia las mujeres de permanecer en el frente de batalla no mitigó el espíritu combativo de muchas de ellas. En este punto se encuadran los asesinatos de Las trece rosas, crímenes que se los identifica como uno de los episodios más crueles de la represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mitad de ellas eran menores de edad, fueron ejecutadas por el sólo hecho de haber participado de las asociaciones de mujeres o haber pertenecido a los partidos políticos republicanos.
Con la pérdida de Madrid en manos de los Nacionales comenzó la gran represión y esta se cobró la vida de Ana López Gallego, Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina López Laffite, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac Vázquez, Adelina García Casillas y Julia Conesa.
Esta última había declarado como brutal premonición hacia ella misma y hacia el resto de sus compañeras: "que mi nombre no se borre de la Historia".
Las exiliadas
Luego de la derrota de la República, muchas mujeres, las que no fueron fusiladas o encarceladas, sufrieron el exilio. El exilio en numerosas ocasiones lejos de desmotivarlas provocó en ellas un espíritu de lucha ligado a la resistencia.
Hay exilios que recorrieron el mundo como el de María Zambrano, que a su vez impartió conferencias en Cuba, México, París y Roma, llevando su filosofía y difundiendo su conocimiento a todo aquel o aquella que quisiera tomarlo.
Otros exilios estuvieron marcados por el drama de sus hijos o hijas como: el de Ana Ruiz Hernández que acompañó a su hijo Antonio Machado al exilio o Vicenta Lorca Romero madre de Federico García Lorca.
Muchas de las exiliadas intentaron continuar con sus pasiones y seguir trabajando desde sus oficios, entre las políticas figuran: Dolores Ibárruri (URSS), Clara Campoamor (Francia, Argentina y Suiza), Victoria Kent (EE.UU), Federica Montseny (Francia), Margarita Nelken (México) y entre las artistas: María Teresa León (Argentina), Maruja Mallo (Chile, Argentina, Uruguay), Remedios Varo (México) y muchas otras.
Sin lugar a dudas, éste no es ni el mejor, ni el más deseado de los finales para esta gran historia, simplemente el verdadero y el que conocemos. De la misma manera que la vuelta a empezar que produce el exilio, de esa misma manera, vuelven a empezar estas historias, que ya pertenecen, indefectiblemente, a quienes las leen, las vuelven a contar y las quieren seguir leyendo.
Micaela Fernández Darriba
1) Shirley Mangini, Recuerdos de la resistencia, La voz de las mujeres de la guerra civil española, Península, Barcelona, 1997, página 34.
2)Manuel Vázquez Montalbán en Pasionaria y los mil enanitos, nota publicada por El País, el 10/12/1995.
3)Manuel Vázquez Montalbán en Pasionaria y los mil enanitos, nota publicada por El País, el 10/12/1995.
4) Manuel Vázquez Montalbán en Pasionaria y los mil enanitos, nota publicada por El País, el 10/12/1995.
5) Rosario Sánchez Mora también llamada "dinamitera" fue mutilada en su mano derecha a los 17 años de edad y luego fue inmortalizada por Miguel Hernández en su poema Rosario, dinamitera.
Fuente: Foeminas. Revista Virtual de Xénero
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