Cuando el Ganges suena
Agua es un film poético y punzante que denuncia las injusticias y el sometimiento de las viudas en la India
El marco del Primer Festival Internacional de cine de mujeres denominado Mujeres en Foco, desarrollado en Buenos Aires del 5 al 10 de mayo, fue el escenario para la proyección del film Indio-Canadiense Agua (Water, 2005). Esta película que ya cuenta con cinco años de existencia y una nominación a los premios Oscar, no pudo ser apreciada por el público porteño debido a aquellas desatinadas y arbitrarias decisiones que afectan a la cartelera comercial.
Agua forma parte de una singular trilogía compuesta por Tierra (Earth, 1998) y Fuego (Fire, 1996) de la directora y guionista india Deepa Mehta, quien ha recorrido un largo camino librando una batalla desigual contra el fundamentalismo y la censura en su país. Con este último trabajo revisa la relación de la India con la religión, mientras que en Tierra lo hace con la guerra y en Fuego con la sexualidad.
Deepa Mehta al igual que la también cineasta iraní Marjane Satrapi directora de Persépolis (2007) comparten la desdichada circunstancia de no residir en sus países de nacimiento. Mientras que Satrapi instalada en Francia trabaja fundamentalmente en el mercado francófono, la creadora de la “trilogía de los elementos” emigró a Canadá en 1973. Esto les permite a ambas exponer una perspectiva crítica y reflexiva acerca de la realidad que atraviesan sus respectivas naciones. Esta mirada aguda, por momentos autónoma y profundamente laica es lo que le posibilita al film Agua romper con las desigualdades e injusticias perpetradas contra las mujeres, sostenidas y legitimadas por siglos de patriarcado y ortodoxia religiosa.
La historia de Agua, con el Ganges de por medio, transcurre en 1938 en una India, aún no descolonizada del imperio inglés, en plena ebullición del movimiento emancipador liderado por Gandhi. La película relata parte de la vida de una niña de 8 años, Chuyla (Sarala Kariyawasam), que acaba de enviudar, situación muy típica para la India de los años 30´ donde las niñas eran obligadas a contraer nupcias con hombres mayores, y por este motivo es confinada a un espacio denominado “ashram” (que funciona en el film como casa para viudas) en el que deberá pagar las culpas, karmáticas claro está, por la muerte de su cónyuge.
Según las concepciones hindúes, cuando el marido muere la mitad de la esposa también muere con él. Las viudas son consideradas impuras y sólo les quedan tres opciones: casarse con el hermano más joven de su marido, morir con su marido, o llevar una vida de reclusión. Los condicionamientos religiosos traen consigo los económicos, ya que a las viudas les es imposible subsistir sin un hombre. Su única posibilidad está en las “casas para viudas” sostenidas también mediante la prostitución. Agua denuncia la prostitución forzosa, aunque esto pueda sonar a epíteto.
Allí, Chuyla, compartirá con otras viudas el confinamiento, le raparan la cabeza y será obligada a seguir la vida monástica de las otras viudas siendo solo una niña con deseos de jugar. Allí se plasman un vaivén de sucesivas imágenes de mujeres que habitan el “ashram” entre la dominación y la resistencia. En ese mismo espacio se contraponen los argumentos inocentes de la niña con los de las viudas mayores y resignadas. Es conveniente recordar que aún en la actualidad 11 millones de mujeres y niñas en la India viven bajo la miseria de este sistema inhumano de reclusión.
Una cámara sensible y de largos planos refleja la mirada de impotencia de la protagonista y de las otras mujeres en su deambular por los alrededores del río. El agua siempre presente es una metáfora de la hibridación y la lucha entre la tradición y la identidad, entre los anhelos de libertad y aquella cultura que incompresiblemente nos oprime. En este sentido, el film, representa tanto una crítica al hinduismo extremo como a la opresión femenina en general.
El agua referente permanente en la película posibilitará el telón para una historia de amor. A orillas del río Kalyani (Lisa Ray), la segunda viuda más joven que es obligada a prostituirse, conocerá Narayan (John Abraham), un joven idealista y seguidor de Gandhi que estará dispuesto a renunciar a prejuicios e imposiciones religiosas para poder estar con su amada.
En aquel lugar se encontrará con otras mujeres-viudas, algunas viejas que esperan la muerte y otras jóvenes que serán iniciadas para servir sexualmente a otros hombres. El film no comporta ningún tipo de estereotipo ni lugar común. Las mujeres recluidas no necesariamente son solidarias con sus pares. Son tan solo mujeres atrapadas y condenadas que exhiben las distintas formas de supervivencia. En ellas asoman las acciones y sentimientos más maravillosos y más perversos como el amor, la ira, la desazón, la usura, la corrupción, el ventajismo, la maldad, la envidia, etc.
Sutiles, medidas y destacables son las actuaciones de Madhumati (Manorama) gobernanta y proxeneta de la casa y de Shakuntala (Seema Biswas) mujer de mediana edad que se debate entre el resentimiento y su deber religioso y quien aporta una suerte de mensaje esperanzador.
Si bien el film no es un alegato ecológico en términos políticos si lo es en términos poéticos. Una segunda lectura podría advertir que la objetivación, exclusión y sojuzgamiento de las mujeres puede ser interpretada de manera similar a la explotación de los recursos naturales.
De más está decir que Cuando el Ganges suena es porque agua trae.
Micaela Fernández Darriba
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